La embajada de Sir Richard Fanshawe

Richard Fanshawe, traductor, poeta e hispanista inglés del s.XVII fue hospedado en el pueblo de Vallecas durante su cargo diplomático en la Corte Española. Defensor de la monarquía británica frente a la revolución de Oliver Cromwell, tras la guerra civil, el protectorado puritano y la restauración monárquica de los Estuardo, fue destinado en España. Conozcámoslo en su paso por Madrid y Vallecas. 

Madrid, calle del Caballero de Gracia, anochece y las cándidas luces de candiles callejeros parpadean en penumbra. El embajador inglés Anthony Ascham, representante del gobierno republicano de Cromwell vuelve a su domicilio madrileño. Entre sombras, embozados armados, partidarios realistas británicos, brillan cuchillos y luna. El embajador muere desangrado. Tensión entre gobiernos. La dictadura inglesa cae, la monarquía se restaura en Gran Bretaña y un nuevo embajador envía sus credenciales.

– ¿Quién será este Sir Richard Fanshawe? – Se pregunta Felipe VI mientras posa para Velázquez. 

– Que llamen al duque de Medinaceli. – Ordena. 

Medinaceli llega un par de horas más tarde: – Descanse sus pinceles don Diego, he de platicar con el buen Duque. –

El duque acude al puerto de Cádiz, recibe a Fanshawe de la mano de su encantadora esposa Lady Ann. 

– Recibimos al embajador de su graciosa majestad Carlos II, esperando que sus pasos dirijan la paz entre nuestros reinos.

– Que nuestros abrazos reflejen el bien de una paz universal. – Añade el inglés.

– Disponed de las dependencias que os esperan en el pueblo de Vallecas, apartado de la corte para vuestra tranquilidad, pero cercano a vuestros ministerios. 

Allí se asentaron, y entre praderas vallecanas conocieron a vecinos y familias bajo la sombra de San Pedro Advíncula. Sus viajes en carruaje a la Corte, negocios y fiestas, conocimiento de costumbres y gentes madrileñas en general, vallecanas en particular, asombran a Lady Lynn que disfruta su estancia y transcribe sus experiencias.

Acompañados, cual cicerone, por el duque de Medinaceli, son recibidos por distintas autoridades encargadas de la bienvenida como si de un monarca fuera, por estricto deseo del rey. 

La exquisitez determina todo el protocolo que acompaña en su estancia al embajador:

  Sierra Nevada me ha sorprendido, las montañas más altas que he visto en mi vida, y los valles más preciosos. No puedo describir la belleza de vuestros paisajes adornado con altos árboles y rica hierba, y La Alhambra… piedras de jaspe, patios, fuentes y jardines, mosaicos, esmaltes, morería con púrpura imperial. –

Siguiendo el mismo protocolo invita, días después a los más distinguidos miembros de la Corte a su estancia en Vallecas, y así pasan las semanas hasta que recibe un despacho de Londres: “Recordad, querido Fanshawe vuestro cometido en la corte española como comisario, embajador, y diputado con plenipotencia para este negocio.”

Recorre las panaderías vallecanas, degusta toda harina cocinada y devora libros de Pedro Calderon de la Barca mientras los traduce al inglés.  Desde el mirador de su casa fuma en pipa, piensa en cómo enfrentarse a sus retos, su representación diplomática, la paz entre Inglaterra y España, relación con Francia, negociado en Lisboa…

La muerte acontece a Felipe IV y la Corte se enrarece, las relaciones se tensan, mentideros, antecámaras, la gestión de Fanshawe queda en entredicho. 

Todavía le temblaban las manos que sujetaban la orden de dimisión cuando firmaba  los últimos documentos por la paz de los Imperios.  Su labor había terminado, su reconocimiento también y tras ello la confianza de su señor Carlos II.

Decepción, dolor, desgana, fiebres repentinas, enfermedad de pocos días. Agradecido al pueblo español, fallecía mientras preparaba su retorno a Inglaterra. 

Rodeado de familia y amigos en su lecho de muerte un sacerdote irlandés le invitó a abrazar el catolicismo.

  ¿No es suficiente que me lo hayan arrebatado todo, para ahora hacer lo propio con mi fe?

Días después Lady Lynn llega al puerto con toda comitiva y equipaje, el galeón espera. La propia reina viuda, Mariana de Austria insiste en su conversión. La inglesa responde:

  Qué maravillosamente pertinaces sois. Dejadnos nuestro anglicanismo, quedaos este vuestro catolicismo y Dios en casa de todos.

Ambas mujeres ríen. – Gran mujer, tras el gran hombre. –  Sentencia el duque de Medinaceli mientras las velas se despliegan y el barco inglés se aleja al horizonte marino del norte cantábrico.

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