Cuando hace más de cuarenta años, por crecimiento familiar, decidí buscar una nueva vivienda, Santa Eugenia surgió ante mí como una especie de amor a primera vista, un barrio, todavía en construcción, que me ofrecía muchas virtudes que otros en aquel tiempo no tenían. Su constructor, Don Ricardo Duque, puso toda su ilusión y su capital en este proyecto, que tenía desde comisaría, hasta cine y teatro. Pero aunque algunas no llegaron, yo sigo enamorado de Santa Eugenia igual que aquel 30 de enero de 1976, porque son muchas más las cosas que me ha dado.
Tenía entonces cuatro manzanas, un colegio y todo por hacer. Y mientras se hacían, algunos nos enterábamos por un boca a boca cada vez más insuficiente. Así, nació la idea de la revista, en 1981, luego de ver que surgían historias que contar y no teníamos el canal para contarlas. Periodista al fin, ha sido mi aporte y el de mi familia en estos 35 años, al desarrollo de un barrio del que todos, de una u otra forma, también estamos enamorados.
Para editar la que hoy es decana de la prensa gratuita en España, la revista Santa Eugenia, hubo que recorrer un largo camino, que comenzó por convencer a los comerciantes de que aquello era posible. Soportamos miradas de incredulidad cuando pedíamos que insertaran sus reclamos publicitarios en una publicación que, además, iba a ser gratuita para los lectores. Y es que, en aquel entonces, este sistema era totalmente desconocido y, encima, le llegaría a los más o menos 3.000 buzones de Santa Eugenia, otra rareza, ésta para los vecinos.
Y salió el primer número, para sorpresa de unos y otros, con una portada en la que, imitando el llavero de plata que nos regalaba Pistas y Obras, se podía leer “Estamos aquí”, una especie de grito a quien correspondiera paliar nuestras muchas carencias. Pudimos, a partir de ese día, airear las penurias y los logros, contar cuándo se abría un comercio, cómo era un personaje, qué hacían nuestros gobernantes y dónde era el próximo evento.
Poco a poco comenzaron a aflorar las tiendas, los restaurantes, las peluquerías, porque hasta entonces, acciones tan simples como cortarse el pelo, suponía tener que salir del barrio. Creció el Mercado, el teatro de la calle Puentelarrá se convirtió en Galería Comercial, se inauguró el Instituto, se construyó el edificio Centro de Salud…
¿Cómo no querer al barrio y a la revista? Ambos, me han proporcionado alegrías, penas, tristezas, sorpresas, satisfacciones, llantos, pero sobre todo y, especialmente, buenos amigos, a veces algunos, por aquel entonces, con muchas discrepancias, pues cada uno desde nuestra parcela queríamos construir el barrio a nuestro gusto y modo, aunque, quizá en aquel ayer no nos dábamos cuenta que remábamos en la misma barca, por un proceloso mar que inexorablemente nos llevaba al futuro.
Hoy, afortunadamente, ya sabemos lo que nos deparaba, cuando pensamos en él con esa nostalgia, triste y alegre, del tiempo pasado. Recogemos en estas líneas parte de esa historia, nuestra historia, vista a través de la mirada de sus personajes, en cuya lectura nos encontraremos todos. Recuerdos que pasan por muchas personas, muchas instituciones, todas nuestras autoridades, desde Victorino Granizo, Elena Utrilla, Carmen Torralba, Ángel Garrido, Manuel Troitiño y Francisco Pérez, hasta todos los comerciantes, grandes y pequeños, indispensables en esta memoria, dos de ellos, los más antiguos, en su representación. Gracias a ellos, y a ustedes, respetados lectores, seguimos estando aquí, y queremos seguir estándolo, porque siempre habrá algo que falte o que haya que mejorar. Y el silencio no procura nunca nada.
Por mi parte, déjenme añadir que sin la revista Santa Eugenia, mi vida habría tomado otros derroteros. Dudo que fueran mejores que los que me han proporcionado todos ustedes. De todo corazón, gracias.
¡Qué apasionada lectura!
Me caso, como el que no quiere la cosa, dejas tu casa familiar del Puente Vallecas y te “metes” en un piso. Buscas por allí y por allá, siempre próximo a tus padres, y nos decidimos finalmente por Santa Eugenia.
Estrenas el piso, paseas por el barrio y crees que todo surgió espontáneamente.
Pues no señor. Hay personas que se desvivieron por hacer un barrio del que estoy cada día más enamorado.
Se lo dije a su encantadora esposa, Ángela, cuando le di mi más sentido pésame por la muerte de su esposo: lamento de corazón no haber tenido la oportunidad de conocer y tratar a tu marido.
Gracias Arturo Vallejo por tu extraordinaria aportación a Santa Eugenia, con sus virtudes y sus defectos.