Los alrededores de Vallecas y del Cerro Almodóvar suponen un interesante yacimiento arqueológico sobre diferentes etapas prehistóricas. El Paleolítico Superior, la Edad de Hierro o el Mioceno están presentes en el arroyo de la Gavia, en el Cerro San Antonio o en las canteras de Vallecas… Pedernales, raederas y puntas de flecha junto a restos de cérvidos, grandes felinos y tortugas gigantes nos muestran su legado.
Desde principios del s.XX diversas excavaciones han acompañado los alrededores del distrito, llegando a la conclusión de que asentamientos humanos en pequeños poblados, con animales domésticos, adornos cerámicos y restos de hogueras, poblaron el valle.
Seamos testigos de ello, asomémonos a aquellos últimos periodos del paleolítico, época de correrías y transformaciones sociales
Los niños corrieron semidesnudos en la entrada de la caverna. Amanecía una nueva y calurosa mañana. Tras los chavales, las madres, vestidas con pieles, les siguieron con la mirada. Los hombres recogían utensilios y avanzaban hacia el exterior con paso decidido.
Más atrás, Gork, el líder, miró al firmamento, gris, preámbulo de tormenta… y refunfuñó señalando el horizonte. El grupo comenzó su camino, llanura de maleza sin resguardo alguno. Sería necesario alimentarse y suministrarse de víveres para el futuro. Pero la prioridad era avanzar y dejar aquellas cuevas, demasiado oscuras y peligrosas. Caminaron durante horas, descendieron la ladera montañosa, atravesaron campiñas y llegaron a chapotear en un río. Los primeros que corrieron al arroyo fueron los niños, sintiendo la arena y los guijarros deslizándose bajo sus pies.
No era una tribu muy numerosa. Cuatro parejas, siete niños, el anciano Mattu, y una curiosa joven, Vall, cazadora de conejos, que no dejaba de moverse de un sitio a otro, portando su lanza. Gork gruñó a dos de los hombres jóvenes, Kas y Alm, quienes buscaron una ladera del río por donde cruzar.
Horas después pararon a descansar en la tundra que les rodeaba, cerca de otro riachuelo. El vacío de los estómagos comenzaba a ser doliente y nublaba sus mentes. Gork se impacientaba, necesitaban comer algo y refugiarse antes del anochecer que, con toda seguridad, les convertiría en presa fácil.
Los niños lloraban, hacía tiempo que no veían nada provechoso en el árido paisaje de matorrales. Las lágrimas caían marcando chorretes blancos en aquellos rostros arenosos. Gork atisbó unos troncos caídos. Ordenó se refugiarán allí ante los primeros ocres crepusculares y los nubarrones que oscurecían el horizonte. Había visto también, en la maleza cercana, algunos conejos esconderse. Envió a Vall por ellos, quien desapareció sigilosamente entre la maleza.
Un niño gritó, al otro lado del río un mamut, no muy corpulento, pero de grandes colmillos, bebía agua. Vall volvía con dos conejos muertos, al ver a sus hermanos y padre expectantes frente al paquidermo que cabeceaba y barritaba nervioso, soltó sus presas y se situó a la par. No había duda, ese era su suministro de carne para los próximos días. A una mirada de Gork los cuatro se entendieron. Kas y Alm, se apartaron a una distancia prudencial, corrieron tras arbustos secos y se situaron a varios metros tras la bestia. Los hermanos sacaron dos lascas que chocaron sobre un lecho de yesca seca, avivando la llama, que prendió en hojas cercanas. Las recogieron y volvieron gritando agitando sus improvisadas antorchas.
Vall, al instante, corrió hacia la presa, llamando su atención, y volvió tras sus pasos mientras el mamífero la perseguía. En su huida atravesó el riachuelo sin entrar en el lodo apelmazado. El mamut atravesó la espesura del barro y se hundió ligeramente, haciendo más torpes sus movimientos. Llegaron Kas y Alm y clavaron sus lanzas esquivando el baile de colmillos. Gork, encorvado y casi sumergido, llegó al cuello del animal donde introdujo su punta de silex. Tras la lluvia de piedras posterior el paquidermo yacía inerte sobre las aguas fluviales.
La comida fue ambulante, todos se regodearon en el crepitar de la hoguera. Habían levantado pequeñas tiendas, los niños jugaban, los adultos hablaban y el viejo Mattu dormía. Mucho había vivido y, satisfecho, con un último parpadeo, admirando su adorada luna, expiró.
El descubrimiento de su fallecimiento fue al amanecer. Gritos y sollozos culminaron con los preparativos funerarios. Perfumaron el cuerpo con flores, maquillaron con ocre, junto al cuello colocaron tres bolas de piedra, amuletos para su otra vida. Subieron a Mattu en una esterilla y todos en silencio ascendieron al cerro próximo transportándole. Hallaron un agujero y lo depositaron allí, enterrándole entre rocas y maleza.
Al fondo vieron ciervos correteando, mamuts barruntar en el horizonte, el río lleno de peces y su propio asentamiento. Gork suspiró y señaló la tierra que se extendía bajo la loma. Aquí, aquí sería. Habría caza, pesca, matorrales y árboles con frutos, allí se asentarían. Mientras tanto el alba teñía bermejo el firmamento sobre aquellos primeros vallecanos, en los albores de Vallecas.