El Rayo que no cesa

“El Rayo que no cesa” escribiría Miguel Hernandez una década después. Otro Rayo, unos años antes, en forma de equipo de fútbol, iniciaba su descarga el 29 de mayo de 1924, hace 100 años, como representación del distrito de Villa de Vallecas, llegando a Primera División  como tercer mejor equipo madrileño: el Rayo Vallecano. Equipo humilde, esforzado y trabajador que sigue defendiendo los valores populares. En su siglo de existencia abundan sus hitos y anécdotas, desde el oficio como guardia civil de su primer presidente a la transformación en campo de concentración de su estadio en posguerra, pasando por su apelativo de “Matagigantes”, escándalos de presidencia, lucha en Segunda División y su futuro dorado.

Acudamos a ese origen futbolero

Las golondrinas regresan al sur de Madrid, las cigüeñas planean sobre San Pedro ad Vincula y los rayos de sol anuncian el inminente verano cubriendo los cerros vallecanos.

Un atardecer caluroso a las seis de la tarde de aquel 29 mayo doña Prudencia Priego, viuda del señor Huerta, llama a aquellos chavales que llevan meses jugando en la calle del Carmen. 

Ya hace tiempo que les repite; – Tenéis que ser un equipo. – y mirando de soslayo, en las tabernas, chatos de vino mediante, los padres y conocidos de la chavalería futbolera, ya hace un tiempo que se repiten:

– Tenemos que federarnos, los chavales son buenos y se lo merecen. – 

Y en esos corros, tras cenar, silla de esparto y botijo de agua en portales caseros, las señoras no hablan de otra cosa: – Estáis locos doña Prudencia. – 

– Ya lo veréis. – responde sonriendo mientras guiña un ojo a su hijo que, llegando al hogar, cierra la jornada laboral en uniforme y tricornio bajo el brazo. 

Julián Huerta, guardia civil, 27 años, destinado en el Regimiento de Cazadores de Treviño, Burgos, pero apasionado del futbol tiene gran esperanza en aquellos jóvenes vallecanos de 12 y 16 años que siguen sus pasos y que, tarde a tarde, entre tiros libres y penaltis, saques de falta, esquina o centro, inventaban porterías y campos para rodar el esférico. Su madre, doña Prudencia, seguía con interés los partidos de sus hijos quienes, desde su juventud, con 15 y 13 años jugaban partidos callejeros donde aún coincidían carros de mulas y pastores de ovejas con primitivos automóviles Hispano Suiza y primeros camiones Ford.

Apoyados en la barra de taberna, padres y amigos, vino en mano se dicen: – A estos chicos hay que conseguirles un campo… una seriedad… un futuro… ¿No creéis? –

 – Sea. – afirma el tabernero mientras coloca un plato de aceitunas en el mármol.

A lo que Prudencia llegó a afirmar: – Por supuesto, traeros a los que vayan a ser socios, llamamos al letrado, yo quedo con los chicos y nos vemos todos en casa el día que decidáis. –

Aquellos amigos eran la Agrupación Deportiva El Rayo y aquel 29 de mayo, por tanto, bajo los primeros gobiernos de la dictadura de Primo de Rivera, de la forma más humilde posible, en el hogar de un guardia civil y una mínima inversión personal, nació el Club de futbol español Rayo Vallecano de Madrid.

Prudencia les ofreció su domicilio como sede social, vestuario y almacén de material en la calle Nuestra Señora del Carmen 28, hoy Puerto del Monasterio 8. Chavales y adultos acudieron: los hermanos Rodríguez Salt, los Aguabella, los Rodríguez Alzola, los González Rubio, juntos a “El Cafeto”, Benavides, Laureiro, Morchón entre otros más: los fundadores del Rayo Vallecano y de los que muchos pasaron a ser presidentes en el futuro.

– ¡El rayo!, ¡Tenemos que llamarnos el Rayo! – grita Luis González Rubio, uno de los jóvenes  asistentes de 16 años, buen estudiante y proyecto de médico. 

– ¡El Rayo vallecano! – responden todos.

Redactan: – 30 céntimos por socio y para material. Cada jugador se pagará la uniformidad y las botas. El uniforme: Camiseta y pantalón blanco, con medias negras y vuelta blanca.

–Y yo lavaré toda la indumentaria. – apunta Doña Prudencia. Todos ríen. El Rayo ha nacido.

El Numantino fue su primer rival, 3-1 su primera victoria.

Pasaron los primeros meses y años mientras Julián compaginaba difícilmente  sus labores en la Guardia Civil con su presidencia. Firmaba tarde documentos, enviaba al secretario u otros directivos a hacer contactos… Los partidos se sucedían, los primeros jugadores tomaban fama, las victorias iban comenzando, los contratos llovían y se confirmaban otros destinos: Girona, Santander, San Sebastián… Julián era enviado a cuarteles distantes de la capital y su boda con Carmen en julio de 1926 complicaba la gestión. La solución llegó con su sustitución por José Montoya, propietario de un pequeño negocio de albañilería.

Y así, partido a partido, aquel proyecto humilde se convirtió en leyenda, leyenda que ha durado 100 años, 100 años como el Rayo, el Rayo que no cesa.

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