El telón discurre y apertura el escenario. Suben las tramoyas y deslumbran las candilejas. Seguimos asombrados por aquella obra satírica y divertida de enredos y espadachines, de honores rendidos, venganzas encubiertas y amores delirantes. Alguna personalidad oculta e intenciones interesadas en una amalgama de pasiones y alocadas circunstancias: “La Villana de Vallecas” de la imaginación teatral de Tirso de Molina.
Si los caballeros, recordemos, habían intercambiado sus personalidades, doña Violante, disfrazada de panadera les sigue para buscar pago a su honor ultrajado. Todos van a la capital.
Don Gabriel, quien deshonró a doña Violante y usurpó la identidad de don Pedro, sale primero a escena, enamorado de Serafina. Más aquella es la prometida de don Pedro, así pues, por don Pedro se habrá de pasar. Y allí salen Serafina, su hermano don Juan y su padre don Gómez.
– Abrazad a don Pedro de Mendoza. – exclama Gabriel. El engaño está servido y se cierra el compromiso de boda. Salen también a escena don Pedro y su criado Agudo, buscando a don Gabriel y encuentran a Gómez, padre de Serafina, quien tras las debidas presentaciones no da crédito: – ¿Que sois don Pedro de Mendoza decís? ¿Y otro don Pedro casa con mi hija? ¿Hay enredo más extraño? –
Entramos en otra escena, Vicente, el hermano de Violante, halla a don Pedro de Mendoza y a don Gabriel de Herrera, que acaban de reconocerse. – ¡Válgame el cielo! – Vicente se exalta: – Si es éste el vil autor de mi afrenta, venganza, ¡Tened la espada! – Don Pedro se adelanta: – ¡Que haya quien afirme que no soy don Pedro yo! – Ambos se acercan a Gabriel espadas en mano. Gabriel se defiende: – ¿Sois vos el que, en desacato de mi fama y mi nobleza, pretendiste usurpar mi apellido y nobles prendas? ¿Y vos sois el que afirmáis que he deshonrado a vuestra hermana? – Pedro grita: – ¡La espada, que no la lengua! – Los aceros brillan, Vicente se retira, pero aparece un alguacil con soldados. – ¡Soltad, hidalgos, las armas! El honor de una doncella, la muerte de un capitán, y esta riña son las acusaciones ¡Vengan los dos a la cárcel! – Queda el escenario vacío.
Violante, por su parte, conoce a don Luis de Herrera, primo de Gabriel, al que hace partícipe del embrollo, y el caballero añade: – A la cárcel pues voy a ver a vuestro ingrato deudor y, o no me tendrá por primo, o por esposa os tendrá, descuidad. –
Don Gabriel que sigue libre, haciendo valer que es don Pedro, corteja a Serafina. Un viejo soldado le reconoce: – ¿Sois vos don Gabriel de Herrera, que ha sido en Flandes soldado? – A lo que responde Gabriel: –¿Qué es, señor, lo que mandáis? – Os digo: – traigo esta carta que os hacen heredero de vuestro hermano de dos mil doblones. Gabriel reconoce que es él, a fin de cobrar dicha herencia. Aparece su primo Luis: – ¿Sois vos, señor caballero, don Gabriel de Herrera? –
– Como traiga más dinero, habré de decir que sí. – susurra Gabriel al público. – Pues yo Don Luis soy, vuestro primo-
Salen el resto, con don Pedro libre también, y doña Violante, de labradora todavía afirma: – Pues ¿Qué? ¿Tenemos de bodas? Yo apostaré que ya llegan, pues la Corte tengo enredada. – Gabriel repara en don Pedro libre: – ¿Qué es esto? ¿Ya don Pedro anda suelto, libre y tan contento? – Quien aclara: – Ha sido que soy don Pedro y no don Gabriel al que pesan las cadenas por sus múltiples tropelías. – Los aceros brillan de nuevo y cruzan las toledanas separadas por Violante:
– Primero que los vecinos de Vallecas escuchen el fin de tantos enredos… Don Gabriel, vos seréis mi esposo, y yo, puesto que injuriada, doña Violante, trueca en amores sus venganzas. – Gabriel responde: – Lo que en mis disculpas falta, suplirá desde hoy mi amor, venturoso, si es que alcanza de don Vicente y don Pedro, perdón y amistad. – Vicente afirma señalando a Gabriel: – Siendo mi hermana esposa vuestra, ¿quién duda que mi injuria está olvidada? Pedro se anima: – No agravian burlas de amor, cuando tienen tan buen fin. – Violante prosigue: – Vos, don Pedro de Mendoza, por más que usurpar hayan querido vuestro nombre y vuestra dama, gozad vuestra Serafina. – La cual responde: – Yo la daré desde hoy de pagaros con el alma la burla que os hicieron –
Todos estrechan las manos y Pedro alza la voz: – ¡Alto: a los coches, señores, ¡hay bodas que celebrar! – Y Violante añade: – Yo soy, si acaso os agrada, la villana de Vallecas; más, si no, no seré nada. –
Cae el telón, surgen aplausos y ovación, los actores saludan con reverencias. Y Tirso de Molina sube al escenario: Pues bien, señores, bien está lo que bien acaba y con el corazón levantado podéis ir en paz.