Hijos del Caballo blanco

Volvemos a un mito fundacional con origen inmerso en el primer medioevo. Tiempos visigodos, allá entre la caída de los emperadores romanos y la invasión del islam. Y un tema que nos devuelve a la mitología clásica grecorromana, aquella de amores zoofílicos. Tal fue la leyenda de Leda y el cisne, donde el todopoderoso Zeus, convertido en el ave, seducía a la reina de Esparta, o Pasífae, quien concibió al Minotauro tras una insensata pasión con un toro divino enviado por el dios Poseidón. El mismo dios de los océanos, Apolo o Dionisio también cuentan con transformaciones en animales para interactuar con mortales y engendrar descendencia. En otras culturas se repite el patrón, la nórdica, la hindú, la celtica o la mesopotámica, donde los dioses también se convierten en animales y seducen mortales. Entre los vikingos Odín como águila, para los egipcios Hathor, como vaca, etcétera.

Y Vallecas no iba a ser menos…  cuenta la leyenda que una mujer joven, lechera y pastora de vacas, se enamoró de un musculoso y brioso caballo. Y llevando la pasión a la consumación, una nueva relación zoofílica se dio en el pilón de los Altos del Arenal.

Dicen que de su unión nació un héroe clásico, un líder fundador, defensor de su pueblo que dio origen a los de Vallecas. El origen se pudo encontrar en una leyenda difamatoria que crearon los vecinos celosos, en relación con las atenciones de la joven por el  caballo, o de las rivalidades con los pueblos adyacentes. Durante un tiempo, el recordar dicho origen fue entendido como agravio hacia los pobladores de la zona, suponiendo más de un enfrentamiento. Sea como fuere el concepto «hijos del caballo blanco» como descripción de los vallecanos fue asentándose. 

 

Seamos un tanto indiscretos y acudamos al momento amoroso, a la vida de aquella muchacha y, posteriormente a la de su hijo

Mujer joven y hermosa, lechera de oficio, cuida de cuadras y vacas. Siempre espera su momento favorito al atardecer, cuidar al poderoso y determinado jamelgo que cocea y relincha cuando ella se acerca. Era éste, según los decires, aún más blanco que la leche o la nieve. Sangre pura y belleza natural. 

La lechera pasa el cepillo entre las sedosas crines, descubre vivarachos ojos equinos, pasea las manos por aquel musculado cuerpo. Cierra los ojos y abraza el cuello del semental. El coceo se repite. El caballo blanco suda, aparecen manchas negras en su piel albina. Juntan sus frentes, ella besa, corcel cocea. Carnes prietas femeninas se hunden en la musculatura animal. 

La muchacha mira a los lados boquiabierta, atisba el firmamento, anochece. Entonces agarra la quijada del caballo y pasean hasta el pilón de Altos de Arenal. Ella deja caer sus prendas al suelo, desnuda, como él. Se introducen en la fuente, derrama un cubo de agua sobre el potro y jabonea cada parte de su cuerpo. Sus miembros presionan los músculos del corcel quien se postra en la fuente. Ella se acuesta sobre el animal frotando cada extremidad. Los relinchos se intensifican, la delicadez de ella se funde bajo el poder del animal, la luna enmarca la pasión y el amor es mitológico. Al cabo de un rato todo se relaja, secan sus cuerpos bajo la brisa nocturna y el amanecer acaricia sus cuerpos amantes.

Quedó embarazada la muchacha, tiempo después dio a luz un niño que al crecer se convirtió en joven majestuoso y libre como su padre corcel y sus hermanos rocines.

La pertenencia de estos caballos era envidiada por la vecindad, asombrados de las galopadas, del semental bello, fuerte y libre, corriendo a la par de su hijo, por los cerros y valles. Crin al viento, elegantes siluetas, sinfonía de curvas y músculos, heredados por el primogénito, blanco y bello como su madre. Corrían con melena negra al viento, el sol filtraba brillos en los mechones y los reflejos dorados enmarcaban una familia legendaria.

 Otros hijos tuvieron, y éstos nuevas amadas, reproduciéndose los nietos del caballo, mientras poblaban la zona. 

Mientras se asentaban y extendían sus hogares y tierras la tensión con sus vecinos crecía. Los celos por el caballo o la mujer, la envidia por no obedecer las leyes de los hombres y campar dueños de su destino provocaron los enfrentamientos, La descripción “Hijos del caballo blanco” fue utilizado como ofensa o descripción de aquellas familias, aquella tribu que se extendía entre el valle y el cerro.

No pocas peleas, trifulcas y enfrentamientos se sucedieron en aquellos orígenes legendarios. Navajas, espadas y lo que fuera menester, cortante e hiriente, brillaron sus destellos de metal a la luz de la luna. 

Y así fueron asentándose aquellos hombres libres, fundando su pueblo, poblando su valle, trascendiendo a la leyenda como Hijos del Caballo Blanco:  los Vallecanos. 

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