Amanece en Vicálvaro

Texto e ilustración:  Jorge Chaumel,  Doctor en Historia, cinéfilo empedernido y escritor aficionado

La Vicalvarada fue un pronunciamiento militar en las inmediaciones de Vicálvaro dirigido por el general Leopoldo O’Donnell. Junto a él otros generales le apoyaron, como Dulce, inspector general de Caballería, y Ros de Olano. Reunidos con sus hombres el 28 de junio de 1854 provocaron una caótica batalla contra las tropas leales al gobierno de Isabel II. Durante la anterior década, la llamada moderada, el poder político dio rienda suelta a los abusos y excesos de la corona. En la oposición se unieron moderados y progresistas en contra del conde de San Luis, representante del gobierno. 

Tras ciertas revueltas un gran número de destacamentos de caballería dirigidos por O’Donnell tomaron posiciones en las explanadas de Vicálvaro, a los pies del cerro Almodóvar dándose la citada batalla. 

En las ciudades estallaron revueltas civiles, ante lo que la reina destituyó, el día 17 de julio, al conde de San Luis, sustituyéndolo por el general Espartero. A su vez, el general Serrano, en nombre de la reina, acudió al encuentro de O’Donnell con la intención de aclarar la situación y redactar un acuerdo: el Manifiesto de Manzanares. Tras ello el 28 de julio, el general Espartero, junto a su antiguo enemigo el general O’Donnell, entró en Madrid, provocando el exilio de María Cristina de Borbón, madre de la reina y valedora del gobierno derrotado. 

 

En aquel 28 de junio, por tanto, toda la suerte fue echada 

Amanece en Vicálvaro, los caballos cocean y relinchan, banderas al aire, aceros desenvainados, un toque de corneta. A la sombra del cerro se extiende el poder de la caballería. Dragones a caballo, lanceros, coraceros, húsares… 

Expectación, nerviosismo. El mando mayor se reúne…. Ascienden los primeros rayos de sol y se alargan las sombras frente a los desafiantes jinetes. 

Recorre las filas el general Leopoldo O’Donnell, galopa escoltado por una sección de coraceros: 

– ¡Soldados! En este glorioso día amanece una nueva era. Una vez más nos llaman a la salvación de la patria y respondemos henchidos de orgullo… – 

– ¡O’Donnell! – se acerca cabalgando el general Dulce – La reina. Nos escribe, la reina. 

Frena en seco su caballo. Da la carta a O’Donnell. Éste lee primero para sí. – Ah, la reina madre… – exclama: 

– Soldados, la reina madre nos escribe, y sus palabras dicen así:… he sabido del alto crimen de traición cometido por vuestros generales faltando al deshonor. Apresurada acudo a vuestro decoro y honor, deponed las armas o… – 

El general arruga la carta y la deja caer bajo el pezuñeo de su corcel. 

También acude sobre su montura el tercer general levantisco, Ros de Olano: 

– ¡O’Donnell! Las guarniciones de Madrid y los cuerpos de ingenieros y artillería permanecen fieles a la corona y avanzan contra nosotros. 

Leopoldo atusa el bigote, mira al horizonte, donde el sol continúa creciendo. Frunce el ceño… 

– La caballería, sin embargo, en su mayoría, nos apoya. 

– Mil caballos y sus jinetes, ni más ni menos. – Añade Dulce. 

– ¿No evitaremos la batalla? – pregunta Olano. 

– Será una medición de fuerzas, un duelo a primera sangre. – Responde O’Donnell. 

Después mira de reojo a los demás, el mando en conjunto. Sonríe, eleva la mandíbula y atisba la fuerza militar que se despliega a su frente. 

– El viento está cambiando, la hora ha llegado. Volved a vuestros puestos. A mí señal, avanzamos. 

Tira de riendas, una explosión se oye en la lejanía, una bala de cañón cae a unos centenares de metros, primer aviso de la batalla. La artillería enemiga mide su horquilla de acción, piensa el general. Su poderosa montura gira hacia un pequeño risco elevado. Busca su lugar bajo el cerro … y la Historia. 

– ¡Caballeros! Tenéis enfrente el fuego y el enemigo. Estamos en el camino correcto. Nosotros queremos la conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre. 

Una nube en el horizonte, el enemigo avanza. La luz dorada del alba transforma el tono apagado de la vegetación que explota en mil matices. 

– El poder emanado de la revolución es superior a la monarquía, representa la soberanía popular y la reina debe someterse. ¡Hágase la voluntad nacional! ¡Adelante! 

El tono estridente de la corneta transmite la orden. 

Los sables reflejan el sol, hombres y bestias avanzan entre las últimas tinieblas de la noche. Los dragones entonan alguna ligera melodía, los coraceros muestran silencio dejando sonar el tintineo metálico de sus uniformes. Tras ellos, el resplandor rojizo del naciente día consigue mayor nitidez en los contornos, cartucheras, correajes y sables… Al fondo el cerro recupera sus tonalidades y el ejercito avanza, una vez más, contra sus propios hermanos. Ya lo diría años después el poeta:

“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.” 

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