Texto e ilustración: Jorge Chaumel, Doctor en Historia, cinéfilo empedernido y escritor aficionado
Miguel Ángel Sanz Bocos, era conocido como el Vallecas, natural del distrito, piloto de caza republicano durante la Guerra Civil y longevo anciano de interesante biografía hasta los 100 años. Durante el servicio militar fue un verdadero as de la aviación. En el verano de 1936, con tan solo 18 años, se alistó al servicio de la República llegando a combatir en el frente de Talavera. Intrigado por los aviones se apuntó a un curso de pilotos en Kirovakan, Azerbaiyán, por entonces parte de la Unión Soviética y apoyo del gobierno republicano. Allí fue elegido para pilotar un Polikarpov I-16 Mosca, el mejor avión de caza de las Fuerzas Aéreas de la República. Durante los años del conflicto llegó a ser ascendido a jefe de escuadrilla dirigiendo, en diversas ocasiones, operaciones contra la Legión Condor alemana.
Tras la derrota llegó a pie a Tolouse donde, acompañado por los gendarmes franceses fue encerrado en el campo de concentración de Gurs junto a los demás pilotos republicanos. Tras una azarosa vida entre Francia y España fue miembro fundador, inicialmente en la clandestinidad, de la Asociación de Aviadores de la República (ADAR) y escribió Memoria de un chico de Vallecas, piloto de caza de la República, recordando sus mejores años entre hazañas y acrobacias.
Asistimos al alba de aquel caluroso día de agosto de 1938
El cielo es de acero y fuego, y bajo él, las nubes se confunden con el humo de los depósitos alcanzados. Cazas Fiats, Meserschmitts, Chatos y Moscas alicatan el firmamento. Una escuadrilla de la Cóndor ataca en picado el aeropuerto republicano. Ráfagas de plomo surcan los aires, atraviesan el acero… explosiones, hombres corriendo, metralla y fuego….
Vallecas corre a su Polikarpov, cierra la cabina, enciende los motores, arranca, acelera, tira de palanca, abre espolones y despega…. Recorta el cielo bermejo del amanecer. Busca los Meserschmitts y los encuentra. Sobre las nubes: plomo, acero y muerte. Las columnas de humo describen el descenso a los infiernos de los caídos. La batalla aérea se eterniza.
De pronto, tras una refriega que le ciega, el Vallecas oye sólo su respiración y el motor. Nada más. Se ha apartado de explosiones y persecuciones. Ha quedado solo. Pasan los minutos, está mareado. Su jadeo le acompaña y el sonido de las hélices, runrún constante, también. Ya es mañana avanzada, hace rato que no oye la batalla. A lo lejos un avión con el morro blanco vuela hacia él. Es un Me-109 alemán. Lo reconoce. Mierda. Le han localizado. Aparece otro a la cola … y otro más. Le escoltan. Indicaciones de que les siga. Le están haciendo preso.
Y así llega al aeropuerto de la Legión Cóndor en la Sènia. Allí tiene que aterrizar. Sus captores van tomando tierra. Allí será su final, piensa. Los morros descienden tras las hélices. Las ruedas tocan la pista. Respira entrecortado. Se golpean los pensamientos. Espera al despiste confiado de sus captores, contiene la respiración, alza la palanca, su morro y su aeronave. Dispara en ráfaga todo lo que está frente a él. Gira hacía las nubes, sus captores viran, intentan despegar, un Me-109 explota tocado por el Vallecas. Se crea el caos en la pista, una explosión tras otra y fuego constante. Mangueras y agua, gritos y el desconcierto en el campamento alemán. El Vallecas ya es un punto entre cúmulos y estratos.
Lleva un rato de nuevo sólo. En su cabina llora de dolor por el frío en cara y pies. Pasan minutos interminables, el zumbido del motor vuelve a acompañarle, seguido de las hélices. Mira el nivel del depósito que desciende peligrosamente. Reconoce tras los cristales el Ebro que pasa bajo sus pies. Detrás Reus, territorio amigo y por fin una pista de aterrizaje. Apunta allí, lo reconocen los operadores militares en tierra y dirigen su aterrizaje bajo el ondeo de la bandera republicana.
Aterriza, abre la cabina exultante y grita por fin:
– ¡Estoy vivo! ¡Estoy vivo! ¡Esto es gratis!
Alzado sobre el asiento del piloto estalla en carcajada. Después se sienta y cae dormido unos minutos. Al despertar le rodeaban soldados republicanos. De un brinco salta y cae en medio del grupo sintiéndose protagonista. Aparece un capitán disolviendo el comité de bienvenida:
-Vamos a ver, vamos a ver. Liberen espacio… – Saludo protocolario a nuestro piloto y el capitán espeta:
– ¿Es usted piloto?
Vallecas se mira y observa que viste con el traje de vuelo, el gorro y las gafas antiparras, mira a su superior, parpadea y sonríe quedamente:
-No hombre, no. ¡Soy el chocolatero de Vallecas que vengo de llevar un pedido! ¡No te jode! –