Las últimas aventuras de El Vallecas

Por Jorge Chaumel, doctor en Historia
Siempre estuvo del lado del perdedor. Eso no le impidió soñar con victorias. En su infancia escapaba a jugar con aviones de papel y correr por las Cuevas del Cristo, pegadas a la carretera del pueblo de Vallecas. Y soñaba también con atravesar las nubes y cegarle el sol planeando la bóveda celeste. Desde allí cayeron las bombas años después. Y enterrado en las trincheras seguía mirando las nubes… Y fue entonces, como una respuesta  a sus plegarias, que acabó en  una escuela de aviación donde le comenzaron a llamar por su procedencia. -¡Eh, Vallecas!- Y con Vallecas se quedó.  El Vallecas consiguió el título de piloto en enero de 1938 y se fogueó en Teruel como sargento de la cuarta escuadrilla de su grupo. Pronto se le conoció por sus acrobacias.  – Una alhaja. – decían sus superiores, mientras bailaba con las nubes, escupía el fuego que derribaba al enemigo y se postulaba como verdadero as de la aviación republicana.  Pasaron los meses y algunos combates más y llegó el último día de la guerra. Cautivo y desarmado el ejército republicano se rinde. Reina el desconcierto en el cuartel, un cabo le entrega una carta del mismísimo Juan Negrín, el presidente de la República ya en el exilio, para pueda refugiarse en Toulouse: “Se autoriza, al jefe de escuadrilla, Ángel Sanz Bocos, a que tome tierra en el aeródromo de Toulouse, con los miembros que componen su unidad. Se ruega a las autoridades francesas, den acogimiento a nuestros pilotos, hasta tanto sea resuelta la situación de estos militares en Francia.”  -¡Adelante!-  Ordena a sus pilotos. Y la cuadrilla del Vallecas emprende su último vuelo.  Tras dejar atrás el Pirineo Francés y aterrizar en suelo franco, los gendarmes franceses los reciben, dejando ver en su trato despectivo que son un ejército derrotado.  –Yo vuelo, yo vuelo… –  recordaba Ángel a los franceses por si le pudieran destinar al ejército galo. Sin embargo, para ellos es un número, un exiliado, un refugiado, posiblemente un preso… nada más.  Cerca de las costas mediterráneas atravesaron unas kilométricas verjas que vallaban la playa. En los siguientes días aumentó el número de gendarmes, a los vigilantes destinados se les unieron moros a caballo y negros senegaleses, y cada vez más españoles huidos, hacinados, abandonados a la desesperación. Así pasaron los días, las semanas, los meses… Ociosos, exiliados, presos ante el mar.  Los tonos se agraviaron, la agresividad de sus guardias también. Las alambradas a su alrededor se estrecharon. Eran prisioneros. Aquello fue el campo de concentración de Argelès-Sur-Mer. Entre el mar y el océano de espino, rodeados de arena, intemperie y frío, construyeron bombas de agua para su uso personal, tras varios días de hambre y sed.  Allí se cruzó con Antonio Machado y conversaron mientras el poeta enfermaba.  Diarreas, enfermedades y vómitos acompañaron a los refugiados. Todos eran excombatientes e intelectuales ¿Qué habría pasado con los niños y las mujeres que vio en la frontera? Su desesperación le hace replantearse hundirse en el mar y acabar con todo.  Una mañana, en un pobre español, le despiertan con unas palabras: -Pilotos, pilotos… tren… Oloron Sainte Marie. – Cambian de campo a los compañeros de cuadrilla. Viaje ferroviario hasta otro destino. Entonces alguien le dice en francés: – Vallecas, piloto… ¿Tú seguir luchando contra fascismo? No piloto…, pero luchar por democracia…- Y Ángel suspiró, miró a las nubes, aquellas que soñó atravesar, que atravesó y con las que bailó… y a las que nunca volvería. Y respondió: – ¡Adelante! –  La lucha contra la ocupación alemana llenó su existencia. Comisario de operaciones tácticas, explosiones y emboscadas. El tiroteo no cesó.  – ¡Malditos nazis! –  Exclamó muchas veces, disparando metralleta en mano mientras sus compañeros caían. Encadenó mandos sucesivos: instructor, oficial de enlace… coordinando ataques de mayor enjundia  en montes y ciudades.
  • Esta vez caerán- se repetía entre los demás oficiales.
Mientras… recordaba aquellas palabras de su amigo, el poeta de aquella triste orilla: 
  • Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y  al volver la vista atrás…. se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar…- 
Ni las nubes a cruzar, se maldijo, pero el futuro y la vida seguían estando de su mano.  Los alemanes huyeron, no quemaron París, pero la huella de Hitler y la Gestapo marcó al país. La paz llegó. La Cruz de Caballeros de la Legión de Honor, la Cruz de Guerra con Palma y la Medalla de la Resistencia adornaron la pechera de nuestro piloto.  Héroe de la República Española, héroe de la Resistencia Francesa, por fin regresaba a España convertido para siempre en: “El Vallecas”.

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